El Convent de la Trinitat es un espacio conventual heredero del Siglo de Oro valenciano. Uno de aquellos oasis donde floreció la vida al margen, la espiritualidad a flor de piel. Puerta con puerta -más bien, patio con patio- La Trini es una de las galerías más recientes de la ciudad.
Ejemplifica una manera de entender los espacios artísticos como una suerte de diálogo con la historia. Comenzando por la propia. Aunque de las paredes de La Trini cuelgan obras que representan los vientos recientes, todo el modelo de la galería retrotrae a esa posibilidad hermosa de combinar la memoria y hacerla perenne. Justo aquí, en el siglo XIX, esperaban los ciudadanos extramuros a que las puertas de las murallas abrieran. Lo hacían a la luz de la luna de València, una expresión que nació justo fruto de esta espera. O, al menos, eso avanza la leyenda urbana.
Aunque más recientes, las puertas de este edificio tratado como un fósil se reabrieron hace cerca de 20 años cuando el arquitecto Francisco Reyes Medina decidió hacer de este complejo uno de los retos de su vida. Tal que un curador de pieles, desnudó la coraza original y se dedicó a potenciar el alma dormida entre los siglos. Dispuso oficinas, su propia vivienda -donde el tiempo se cuenta con centenas de años- y, por último, en los últimos meses, la galería.
El espacio expositivo de La Trini es fruto del impulso artístico de Lluis Salvador, uno de los agitadores habituales de la ciudad. En el zaguán del edificio puede descubrirse, también, una intervención única de la artista contemporánea Carmen Calvo, manifestando la brusquedad del cambio de espacio entre la vida exterior y la vida en convento.